Hefner publicó el primer número de la revista Playboy en 1953 y ni siquiera le puso “Número 1”, pensando que esa sería la primera y última vez que alguien se atrevería a lanzar una revista de entretenimiento y opinión, dirigida principalmente al público masculino, con chicas desnudas que incluían a la bomba sexy de 1953, Marilyn Monroe (junto con quien Hefner será enterrado en Los Ángeles). La revista creó no sólo un imperio del soft-core con fotos y videos de las mujeres más bellas del mundo, naturales o no, sino que se apeó a la revolución sexual de los cincuentas y sesentas, provocada por el boom económico estadounidense de la postguerra y la invención de la píldora. Hefner también defendió a las feministas mientras que éstas lo atacaban despiadadamente cual toro en plaza embistiendo al protestante contra la corrida.
Si antes las revistas eróticas eran de una calidad dudosa, granulienta y de papel de pésima calidad, pues Playboy elevó el nivel de calidad de lo que antes era considerado “prohibido”: las fotos de las chicas eran ahora de muy alto nivel, y ni qué decir de los artículos y foros. Con esto, creó una marca y un estilo de vida. La elegancia y pose de la revista fue atacada por ambos lados del espectro sociopolítico: uno, el de la ultraderecha de Reagan y su campaña moralista hizo que la revista deje de vender miles de ejemplares y sus clubes se cerraran a falta de clientela. El otro, el de la pornografía en video y revistas mucho más atrevidas, como Penthouse y Hustler, hicieron que los lectores abandonen una revista acusada ya de conservadora y obsoleta.
Playboy funciona bien en países “abiertos” pero aún con cierto pudor y apalancamiento religioso como España, Alemania, Brasil y claro, Estados Unidos (hasta aquella debacle del cambio de formato, cubriendo conejitas). En otros países algo más liberales, la revista simplemente ha fracasado (como en Italia o Noruega) y su versión más hardcore, Playboyplus.com, es la que deja ver más a nivel ginecológico, pero de eso Hefner ni su escuadrón de fotógrafos tradicionales tuvieron nada que ver. En Indonesia, Playboy provocó algunas protestas por grupos religiosos islámicos, aunque en Indonesia las Playmates estén más arropadas que científicos en la Antártida. Ni qué decir de Latinoamérica, donde solo se publica en México y Argentina.
Del mismo modo que Rolling Stone elevó el nivel de las publicaciones de rock and roll, Playboy lo hizo con la belleza erótica de la mujer occidental. Primero, la limpió y maquilló. Además, le sacó brillo, dándole un valor agregado intelectual y económico.
El equipo de Playboy y sus lectores fueron hombres y mujeres de mundo, con un punto de vista crítico casi tan fuerte como el de cualquier visitante a un Starbucks en Nueva York, pero capaces de comprar una botella de vino californiano por mil dólares y saber cómo disfrutarla. La revista ha ayudado a crear, con casi sesenta años de publicaciones, una serie de generaciones que aprecian las curvas de un Lamborghini Diablo del mismo modo que las de Pamela Anderson, la Playmate más exitosa de la historia de la revista. Y no tenemos palabras para elogiar la promoción que la revista hizo a la música en festivales de jazz y shows de radio y TV. Hefner y su programa Playboy After Dark presentó magníficas performances de bandas como Deep Purple y Grateful Dead.
Aunque abatida por la Internet y la pornografía fácil, hoy en día la revista ahora muestra toques de elegancia y se deja leer por completo, de portada a contraportada, aunque cometió el error de tapar a sus conejitas y convertirlas en modelos glamorosas y aún más inalcanzables que la fantasía de la “Girl Next Door”. Hefner pasa a mejor vida (o al menos eso decimos) dejando un legado controversial para unos y magnífico para otros, incluyendo quien escribe. No dejo de pensar en la gran tristeza y culpa que Hef sintió ante el asesinato de la Playmate del Año 1980 Dorothy Stratten a manos de su novio híper celoso. En mi opinión, fue ahí donde el imperio del champán y la mujer empezó a tambalear; Hefner sufrió un ataque al corazón y los buitres castrados de la represión puritana fueron a devorarlo.
Hefner se va y nos deja claro que lo más importante de Playboy SON las conejitas. Que no quede duda de esto. Ellas atraen al lector masculino que posteriormente descubre que, curiosamente, no todo en la vida es sexo. Ellas liberaron con elegancia y desnudez a miles de chicos y chicas que vieron en Playboy esencialmente un foro para compartir, de forma anónima, intimidades alegres y no tan alegres.
El estilo de vida que Playboy recomienda, y que Hefner defendió vehementemente durante siete décadas, naturalmente es uno bastante difícil de lograr y mantener, pero no imposible.