ENERO
José A. Trabucco 1952 – 2000
Hugo Dante Rossi 1952 – 2004
Yacen en tumbas contiguas a la de mi padre
tenían mi edad. Los recuerdo niños, jóvenes
los imagino adultos: calvicie, barriga, matrimonios hechos, deshechos, fracasos enfermedad.
Ahora yacen en tumbas contiguas a la de mi padre.
Mario Pollarolo 1918 – 2000
Yo permanezco sentada en la banca bajo un mustio árbol en esta mañana de enero
como todos estos eneros desde que te fuiste.
Algo había que hacer después del entierro.
Inventamos una ceremonia, nos convencimos de que era obligatorio cumplirla
como antes escribir una carta a la semana, llamar por teléfono los sábados, asistir al aniversario de bodas, a los cumpleaños
y a la playa en enero. Del aeropuerto a la casa.
Ahora: del aeropuerto al cementerio.
Comprar flores, sacar las que dejó alguien aunque estén todavía frescas
el olor del agua, botarla, lavar las pequeñas jardineras, colocar agua limpia, acomodar la docena de claveles rojos cuyos tallos nunca acierto a cortar a la altura precisa.
Tardo más de lo que debo porque no quiero terminar.
Acomodada la última flor
el silencio golpea mis oídos, mis manos quietas.
Dolor de corazón.
Pretender que estás ahí, que me has visto llegar y sonríes
reconfortado
reconfortada yo
acá estoy recién llegada para quedarme todo el tiempo que sea necesario
si es cierto
que me miras desde la oscuridad del estrecho nicho donde estás desde aquel día.
Trato de rezar como he visto que hace mi madre cuando viene.
Intento hablarte, como en las películas hablan los deudos.
Contarte qué hago, qué hice
todo va muy bien soy muy feliz es muy bella la vida
para no perturbar tu reposo.
Como si yo fuera la protagonista de una ficción con la cámara delante: Acción.
La escena no tiene fin
nadie dice Corte, Toma 1. Toma 2, Toma 3
no es una película estoy sola no hay más testigos que tú y los muertos que nacieron el mismo año que yo.
¿Me escuchas acaso?
¿Sirven de algo las flores? ¿sirve de algo visitarte como si estuvieras vivo?
Demasiado silencio de ti conmigo. Si estuvieras, me hablarías
podría adivinar tu sonrisa, sentir tu mano acariciando mi cabeza, coraggio figlia, coraggio.
El sol quema mi cara y mi cabeza el calor es demasiado fuerte
pequeños mosquitos atraídos por las flores y el agua empozada castigan mis piernas
el cuello
las manos demasiado quietas.
Me levanto de la banca sin mirar tu nombre grabado ya en el mármol
sin mirar los nombres aún sin lápida de los que nacieron el mismo año que yo. Aquí solo hay moscas sol flores marchitándose agua podrida nuevos muertos.
Dolor de corazón.
(De: Lugar de refugio. Inédito)
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